En casi todo el mundo, sobre todo en América Latina, existe la opinión de que rusos y belarusos son dos nombres para una misma nación: rusa. Y esto no es un reproche: durante tantos años de existencia de la URSS y algunos cientos de años más del Imperio ruso, la propaganda colonial ha hecho su trabajo. En serio:
- ¿Vivieron en el mismo país?- Sí, sin querer.
- Bueno... En parte.
- El mismo idioma?
- No exactamente, hay diferencias bastante notables...
- Bueno, llamémoslo dialecto. Sobre todo porque tú mismo dices que casi haт olvidado este idioma, y casi todo está en ruso.
- No hemos olvidado, nos han hecho olvidar...
- No seas ridículo, ¿cómo es posible?
- Bueno, hablas español, aunque no seas español, ¿no?
- Esto es otra cosa. Hemos sido colonizados.
- Nosotros también.
El asombro se convierte en estupefacción.
Diálogo típico. Y no se puede culpar a mi interlocutor. Al otro lado del mundo tampoco creo que te digan la diferencia entre un mexicano y un nicaragüense.
Dejando a un lado los factores genéticos, lingüísticos e histórico-políticos, la diferencia es sobre todo de mentalidad.
¿Cuántas veces habrá oído argumentos sobre la "misteriosa alma rusa"? Pero lo más probable es que no se haya topado con máximas profundas sobre lo misterioso del alma belarusa. Porque a los belarusos no nos gusta ser misteriosos. Somos prácticos y pragmáticos, nos centramos en el interior, no en el servicio mesiánico al mundo.
Este artículo es una comparación lírica y no sólo de los caracteres nacionales de los rusos y los belarusos.
Un publicista belaruso observó una vez una pauta sencilla pero elocuente: si un belaruso entra en un vagón de tren medio vacío, intenta encontrar un asiento alejado de otras personas. Se sentará en silencio y sin contacto con nadie. Un ruso en la misma situación se sentará junto a los demás pasajeros. Para socializarse.
Los belarusos están ante todo volcados en sí mismos, en sus propios problemas (a veces pequeños y mezquinos, lejos de ser "mundiales").
Los belarusos no tienen conciencia mesiánica, ni sentido de superioridad moral o ideológica sobre otros pueblos y naciones, ni deseos de enseñarles, ni de imponerles sus valores.
Entre sus vecinos europeos, los belarusos son conocidos por sus calles limpias, carreteras arregladas, campos ordenados y jardineras.
Dondequiera que viva un belaruso, lo primero que hace será barrer el piso, colgar una cortina limpia para la ventana y un tapete junto a la entrada para limpiarse los pies. Incluso si vive en una caja de refrigerador.
La principal diferencia entre un ruso y un belaruso es la excesiva emotividad del primero, que a menudo se convierte en el maximalismo e incluso extremismo. El belaruso es exactamente lo contrario en este sentido: es práctico y no le gustan los extremos. El carácter nacional belaruso destaca por su estabilidad, carente de saltos del revolucionario radical al conservadurismo radical (como les ocurre a los rusos incluso en una misma generación). Un belaruso no va a derribar una casa vieja antes de que construya una nueva.
En el extranjero, un belaruso intenta no destacar, no llamar la atención, trata inmediatamente de adaptarse a una nueva situación, no de hacer valer lo suyo, sino, sobre todo, de percibir lo ajeno y acostumbrarse a ello. Una vez me encontré con un amigo mío en una estación en Varsovia, y sus vecinos, personas de Belarús, no humanitarios profesionales, se bajaron del autobús con un libro de frases en checo, que habían estudiado en el trayecto desde Minsk. Y al mismo tiempo, cuántas veces he observado escenas en los McDonald's de Praga, cuando los turistas rusos se indignaban en voz alta: "Pero, ¿por qué no entienden ruso?". El esnobismo es algo que delata a muchos rusos que vienen a Belarús, y algo que no es propio de los belarusos, al menos más allá de las fronteras de la "Patria de ojos azules".
Los belarusos son gente de compromiso. Cualquier periodista está familiarizado con esta típica situación belarusa, cuando se invita a un programa de televisión a dos adversarios de principios, que antes en la prensa o en las redes sociales se han criticado enérgicamente, intercambiando los "golpes" más duros. Sin embargo, sentados uno frente al otro en la mesa de debate, para decepción de los organizadores del programa, mantienen una conversación de forma educada y tranquila, dirigiéndose a su oponente únicamente como un caballero: "Me gustaría, con su permiso, objetar al estimado Sr. X". Hoy en día, los canales de televisión estatales belarusos intentan introducir el estilo moscovita de gritos y groserías "a la Solovyov" durante las tertulias políticas, sin darse cuenta, al parecer, de lo inapropiado que resulta para la forma belarusa de debatir.
"El hombre ruso no tiene la estrechez del hombre europeo, que concentra su energía en un pequeño espacio del alma, no tiene esta intensidad calculadora, ahorradora de espacio y tiempo, cultural. El poder de la anchura sobre el alma rusa da lugar a una serie de cualidades rusas y defectos rusos. La pereza rusa, la despreocupación, la falta de iniciativa, el subdesarrollado sentido de la responsabilidad están relacionados con esto", escribió el filósofo ruso Nikolai Berdyaev.
Y la naturaleza belarusa, llanuras, bosques y pantanos, se asocia a rasgos nacionales de los bielorrusos como la diligencia, la falta de tendencia a tomar decisiones rápidas y precipitadas. Los belarusos se vieron obligados a asentarse en pequeñas comunidades (jútares), formadas por unas pocas casas.
Sin embargo, ya estamos pasando imperceptiblemente a otro tema: cómo nuestros defectos, como los de toda nación, son extensiones de nuestras virtudes. Y todas las cualidades condicionalmente positivas de los belarusos fluyen suavemente hacia sus infelices opuestos: la tolerancia hacia la indecisión, el individualismo hacia la indiferencia y el provincianismo, el pragmatismo hacia la limitación, la autocrítica hacia el autocomercio y el autodesprecio, el "orden" hacia un estado policial.
Añadir comentario
Comentarios